lunes, 26 de diciembre de 2016

La concepción del guerrero dentro de la cosmovisión mexica

Los grupos humanos que se separaron del resto de los clanes del continente asiático para migrar a las tierras americanas trajeron a este nuevo mundo ideas y pensamientos de las generaciones que los precedieron; existen vestigios mecánicos –por ejemplo, la similitud entre los migrantes y los asiáticos en la hechura de herramientas de la Etapa Lítica (aproximadamente 33 000 años antes de cristo)- que vislumbran el origen y la herencia de las sociedades que se desarrollaron en América.

Artista: Luis Armando Alarcón
Las interpretaciones del mundo son procesos mentales que se ven directamente afectados por el entorno geográfico en donde se desarrolla un grupo social, pues se le otorga un gran valor simbólico a los elementos, fenómenos naturales y actividades con las que están en constante interacción. De esta manera es como se construye la cosmovisión de un pueblo; los nórdicos paganos de la alta edad media concedían una noción religiosa al mar, a los fiordos y a las tormentas; los pueblos celtas, quienes vivían entre los bosques, se alimentaban de las criaturas que los habitaban y se escondían en ellos del enemigo romano, legitimaron estos espacios como sagrados y se les adoraron como numen.



Alfredo López Austin y Leonardo López Luján mencionan que “De acuerdo a los últimos hallazgos arqueológicos, el hombre ya estaba presente en nuestro país hace 35 000 años.”[1], lo que significa que las personas que migraron a esta región tuvieron durante este largo periodo un desarrollo cognitivo independiente. Es posible creer que los pioneros de la Etapa Lítica tenían consigo relaciones mentales que vincularan a la naturaleza con lo divino, sin embargo, las evidencias arqueológicas demuestran que no es hasta la Fase El Riego (7200-5200 a.C.) donde aparecen los primeros rastros de un pensamiento religioso.

[…]  en esta fase […] enterraban a los muertos en grandes fosas cuyas paredes habían sido cubiertas de pasto y se les hacían ofrendas de mantas y canastos que a su vez contenían comida. […] en un entierro podemos pensar en el sacrificio humano, puesto que los cráneos de la joven mujer y del niño habían sido separados del tronco, mientras que el cadáver del hombre estaba semi-incinerado. En otra parte, habían sido enterrados dos niños. Sobre el piso de la cueva estaba el cuerpo extendido y quemado de un niño, envuelto en una manta y una red, encontrándose la cabeza entre dos cestas, junto con una cadena de caracoles.[2]

Los entierros encontrados en esta fase conjeturan los precedentes de la semiótica del ritual funerario, el recubrimiento de las paredes de la fosa indican que el lugar de descanso del cuerpo debía ser preparado para almacenarlo, los cestos de comida y las mantas, aluden al pensamiento de la trascendencia después de la muerte, así mismo, los otros entierros marcan algunos de los antecedentes de una práctica religiosa que permanecería en el razonamiento humano hasta la invasión europea: el sacrificio.

Es durante esta misma fase donde se esparcen numerosos clanes por la región. Las fuentes arqueológicas fechadas en los años 5200-3400 a.c., demuestran que es durante este periodo en el que los habitantes de Mesoamérica comienzan a utilizar prácticas agrícolas y a abandonar progresivamente su estilo de vida de cazadores-recolectores.

Así, los grupos humanos que se asentaron y desarrollaron en Mesoamérica con una actividad inicial de nómadas y posteriormente, durante los siguientes milenios, de agricultores, concibieron su pensamiento religioso en relación a los elementos naturales con los que tenían una interacción directa, respecto a ello Caso hace mención de lo siguiente:

 […] tenían una importancia fundamental el régimen de las lluvias y los otros fenómenos atmosféricos que influían en la cosecha. Así no es de extrañar que el culto de los dioses del agua y de la vegetación absorbiera una gran parte de su vida religiosa.[3]

El incremento demográfico que trajo consigo la agricultura y el sedentarismo también implicó la fragmentación de clanes, formación de nuevos grupos sociales, conflictos armados y con ello la necesidad de los guerreros, debido a la guerra se desarrollaron diferentes vertientes culturales con variadas influencias que consisten tanto en abstracciones humanas de pensamientos pre-concebidos como en procesos cognitivos inspirados en nuevos entornos naturales.

Los conflictos armados entre grupos sociales son, al igual que los entornos naturales, un detonador de nuevas vinculaciones semióticas entre lo terrenal y lo divino, así, la muerte en la batalla adquiere un significado diferente de la muerte por enfermedad, por vejez o por otras circunstancias. A la persona que actúa en la batalla, el guerrero, se le otorgaba una valoración diferente al que tiene el individuo común, pues este ofrece su vida para la protección de su comunidad y sus tradiciones, así como para la expansión de las mismas, por lo tanto, era cargado de simbolismos que lo encomiendan y relacionan directamente con su pueblo y con sus dioses.

Artista: ¿?

De esta actividad humana, y gracias a las interrelaciones culturales (aunque bélicas) se desprendieron procesos mentales que originaron nuevas señales semánticas con intenciones intersubjetivas precisas, como la pintura corporal, los tocados, vestimenta y otros aspectos semióticos que vinculaban al guerrero con lo sublime. Basado en la tesis del sociólogo inglés, John Ruskin de su libro La corona de olivo silvestre, la guerra es en donde se forjan las bases ideológicas de las civilizaciones, pues a causa de los enfrentamientos armados, las costumbres y creencias religiosas se convirtieron en el principal apoyo de la moral social, por lo tanto se desarrollaron diversos rituales y simbolismos que enriquecen y nutren el pensamiento colectivo.

En las diferentes cosmovisiones de los pueblos guerreros, esté actor bélico ocupaba un lugar destacado en el ámbito social y espiritual. Para los mexicas, estos personajes adquirían estatus social y reconocimiento de ello a través de sus hazañas e insignias, poseen un vínculo directo con Huitzilopochtli que pese a ser el dios de la guerra, también está relacionado con el sol y  con el colibrí. La correspondencia del numen bélico con el astro yace en la interpretación de su lucha diaria contra las estrellas y la luna.

 En el alba, el sol (Huitzilopochtli) surge de la tierra (Coatlicue, su madre), para enfrentarse a la luz de las estrellas y la luna (Coyolxauhqui), que en el transcurso del día (de la batalla) serán opacados (derrotados) por el astro de fuego. En el crepúsculo, el sol volverá a la tierra y la batalla se repetirá una y otra vez.

Artista: Emmanuel Cruz

La metáfora del sol y el dios bélico es transportada de lo cósmico-mitológico, al plano terrenal, es decir que encarnaba en el humano dedicado a la guerra. Las madres tenían un vínculo obvio con Coatlicue, y en el razonamiento religioso, el varón tomaba el lugar del numen; siendo este un ser terrenal, debía de existir una legitimación que permita al recién nacido alcanzar el destino del sol, por lo tanto, el ritual de nacimiento estaba destinado a encomendar al neonato a una vida de guerra y de ser posible a morir en ella. Para tal fin, varios textos hispanos de carácter antropológico y posteriores a la conquista explican cuáles eran las palabras dedicas al nuevo humano durante el rito de su nacimiento.

Señor dios Sol, […] y vos, oh tierra, madre nuestra, os ofrezco esta criatura para que como vuestra la amparéis; y pues nació para la guerra, muera en ella defendiendo la causa de los dioses, para que goce en el cielo las delicias preparadas a los hombres esforzados que sacrificaron a tan buena causa su vida.[4]

La muerte en batalla, para los pueblos guerreros, como los japoneses, los nórdicos y los mexicas es el destino más preciado, existe en estos pueblos una visión romántica de la muerte, así como una construcción ideológica de su trascendencia a un mundo etéreo donde serán reconocidos por abandonar su cuerpo en el encuentro armado. Tal concepción en el mundo náhuatl, está plasmada en el poema Yaocuicatl.

¡No temas, corazón mío!
En medio de la llanura,
mi corazón quiere
la muerte a filo de obsidiana.
Sólo eso quiere mi corazón:
la muerte en la guerra.[5]

Ye oncan ixtlahuatl itec
Noconeehuia in itzmiquiquiztli,
zan quinequi toyollo yaomiquiztla.
Anqui ye oncan yaonahuac noconelehuia in atzmiquiztli:
zan quinequi toyollo
yaomiquiztli.

La cosmovisión místico-guerrera de los mexicas es en gran parte producto de la transmisión de ideas que Tlacaélel comenzó a difundir, y que para una mejor recepción de ellas, justifico en la religiosidad. Inculcó a su gente la idea de que eran el pueblo elegido de Huitzilopochtli y que por lo tanto, al ser este el dios de la guerra, su destino  era conquistar y someter a todas las naciones.

Por estos motivos Tlacaélel dio una gran importancia social a los guerreros y tras la campaña de la conquista de Azcapotzalco, durante el mandato del tlatoani Itzcoatl, Tlacaélel, en su ambición por reestablecer la dignidad de los mexicas  y convertirlo en un pueblo conquistador, implementó “[…] la concesión de títulos a los guerreros mexicas que se habían distinguido en la lucha […]”[6] De esta manera el nuevo ejército y la sociedad en general se veía motivada a adiestrarse en la guerra y destacar en ella, pues de esta manera podían mejorar su posición social.

Tlacaélel condujo el pensamiento religiosos de su pueblo para fortalecer y engrandecer la idea de los guerreros. Se le ha dado a la guerra mexica un carácter puramente religioso y hasta ritual, sin embargo, y sin negar esto, a lo largo de la historia, la religión ha sido la principal justificación que ofrecen los líderes político-religiosos a la comunidad para que esta se enlistara en la guerra, como por ejemplo, el las seis cruzadas. Los intereses humanos permean antes en la religión que viceversa, pues esta sirve como medio de manipulación social para los intereses de los mandatarios.

Es claro que los pueblos mesoamericanos concebían el sacrificio como parte de su cosmovisión (al igual que otros pueblos politeístas del mundo), sin embargo, el sacrificio masivo y de prisioneros enemigos es una práctica que Tlacaélel implemento con la justificación de alimentar y honrar al dios Huitzilopochtli.

Tlacaélel mismo insistió en la idea, si no es que la introdujo, de la necesidad de mantener la vida del Sol-Huitzilopochtli con el agua preciosa de los sacrificios.
Es cierto que ya antes de los mexicas había sacrificios humanos. Sin embargo, no se sabe que se practicaran con tanta frecuencia como entre ellos. La explicación de esto es tal vez que Tlacaélel supo inculcar a los varios reyes mexicas, de quienes fue consejero, la idea de que su misión era extender los dominios de Huitzilopochtli, para obtener victimas con cuya sangre pudiera preservarse la vida del sol. […][7]

Lejos del propósito religioso, la matanza de prisioneros de guerra y el tzompantli, sería un método para difundir el terror entre los pueblos vecinos y esparcir la fama bélica e implacable del pueblo mexica.

Los honores dados a los guerreros por sus logros en la batalla eran representados simbólicamente  a través del arte, en la vestimenta civil y militar, la cual tenía como propósito no sólo transmitir dichas hazañas, sino también, adjudicar magia al guerrero, las insignias llamadas tlahuiztli otorgaban al portador la capacidad de abandonar su personalidad y adquirir la que sus prendas le daban. “La creencia estaba tan extendida que la aparición del guerrero en tlahuiztli sembraba terror entre sus adversarios. El tlahuiztli era pues, un arma temible en la medida en que todos creían en sus poderes mágicos”.[8]

El mensaje por la semántica de los mexicas era claro y entendible para cualquiera que los enfrentara, ejemplo de ello es Tzilacatzin, un guerrero otomitl cuya sola presencia hacia retroceder al enemigo.

[…] Todos los indios se apartaron, ninguno salió contra ellos. Como nadie osaba ir contra los españoles, un valiente hombre que se llamaba Tzilacatzin salió contra los castellanos, y a pedradas mató algunos de ellos porque tenía gran fuerza en el brazo, y salieron otros tras él, e hicieron retraer a los españoles, y volvieron el agua hacia donde tenían los bergantines; y aquel Tzilacatzin tenía armas y sus divisas como Otómitl, y con su ferocidad espantaba no solamente a los indios amigos de los españoles, pero también a los mismos españoles […][9]

Por lo citado se vislumbra que la figura de un guerrero destacado por sus logros no sólo era una intimidación para el enemigo, sino que también una inspiración para quienes lo acompañaban. En la batalla los guerreros eran dotados de símbolos que le permitieran transmitir el mensaje de su valor, su habilidad guerrera y sus logros, sin embargo, pese a ser el tlahuiztli una prenda de gran valor semiótico, la pintura corporal y la desnudez era también una máxima de valor y de connotaciones religiosas dentro de la psique mexica.

Artista: ¿?

Al igual que los agricultores interpretan el mundo en base a su interacción con los ciclos de lluvia, los pueblos guerreros desarrollan pensamientos religiosos en base a la actividad que desempeñan, legitiman sus actos y actores bélicos como herramientas necesarias para la continuidad del mundo, conciben espacios etéreos para los caídos en batalla y amplían su campo semántico con el fin de adquirir más vínculos semióticos que los acerquen al paradigma de divinidad dentro de su cosmovisión.

Los guerreros mexicas no sólo eran un instrumento divino, sino también, uno de los pilares en la estructura social y la principal herramienta del expansionismo mexica por Mesoamérica. Su cosmovisión, semántica y formación marcial los llevó a ser los imponentes guerreros de un mundo que tras 500 años, continúa surgiendo lentamente de la sepultura que apisonaron las huellas de los caballos acorazados.



[1] López Austin Alfredo y López Luján Leonardo, El pasado indígena, México, FCE, 2014, p., 23.
[2] Heberland Wolfgang, Culturas de la América indígena-Mesoamérica y América Central, México, FCE, 1995, p., 15.
[3] Caso Alfonso, El pueblo del sol, México, FCE, 2015, p., 57.

[4] Clavijero Francisco Javier, Historia Antigua de México, México, Porrúa, 2014, p., 273.
[5] León-Portilla Miguel, La tinta negra y roja – Antología de poesía náhuatl, México, ERA, 2012, p., 215.
[6] León Portilla Miguel, La filosofía náhuatl, México, UNAM, 1979, p., 251.
[7] Ibíd., p., 253.
[8] Stresser-Péan Claude, De la vestimenta y los hombres – Un perspectiva de la indumentaria indígena en México, México, FCE, 2016, p., 120.
[9] Sahagún Bernardino De, Historia general de las cosas de la Nueva España, México, Porrúa, 2013, p., 725.

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