domingo, 7 de agosto de 2016

La formación de un guerrero mexica

Educación

No hay forma de decir que existe un razonamiento náhuatl sobre el concepto de educación, no obstante, podemos escudriñar en la huehuetlahtolli (antigua o vieja palabra) y encontrar un pensamiento reflexivo que contraste con un esclarecimiento de la enseñanza en este periodo, definir el concepto “educación” en el México prehispánico debe de apartarse de la idea contemporánea de dicho aspecto y centrarse en términos que representen el paradigma  náhuatl. Dar una explicación a este rasgo cultural bajo los criterios que se han mencionado obliga a una lectura analítica de los trabajos escritos por los autodenominados filólogos cobrizos (tomando en cuenta las disertaciones de Clavijero), donde se encuentran discursos que apelan al entendimiento nahua sobre la educación.

fol.61r Códice Mendoza
Sabemos que dentro de las ciudades de la Triple Alianza existían escuelas donde se enviaba a los jóvenes a recibir educación sobre la guerra, religión, historia y las variadas artes toltecas, explica Sahagún que mujeres y hombres asistían a estos centros educativos, mas por su relato se difiere que lo hacían por separado. Las mujeres que ingresasen al calmecac se convertían en servidoras del templo y se les llamaba cihuatlamacazqui, se regían por la religión y vivían en abstinencia de placeres carnales u otros vicios hasta que se casasen; los hombres que ingresaban en esta institución eran formados en el sacerdocio y las leyes. A las mujeres entregadas al telpochcalli, se les instruía en el canto, la danza y en el culto a Tezcatlipoca y Yáotl, no obstante estas mujeres vivían con sus padres; a los varones que eran educados en esta escuela se les enseñaba principalmente el arte de la guerra. En Texcoco, y durante el periodo de Netzahualcóyotl, esté construyó una gran variedad de escuelas especializadas en las materias más apreciadas por los indígenas; Clavijero escribió:


Creo una especie de academia de poesía, de astronomía, de música, de pintura, de historia y del arte adivinatorio, y llamó a ella los más hábiles profesores del reino; éstos se congregaban a tiempos en cierto lugar a conferir sus luces y arbitrios, y para cada una de estas ciencias y artes fundó escuelas en la corte[1]

La educación era gratuita, pública y obligatoria para los nahuas. Era el deber de todo padre procurar que sus hijos asistieran por tres años a alguna de estas escuelas. Los centros de estudio funcionaban a manera de internados, no obstante, por la tarde los jóvenes  tenían permitido visitar a su familia por unas horas, eran acompañados por sus demás compañeros y su maestro o maestra. La educación en los centros de estudio finalizaba cuando los padres pedían a su hijo o hija para que este se casase, o bien, el estudiante pidiera licencia para salir a desposar a alguna mujer.

La concepción primordial para comprender la educación bajo los criterios nahuas, explica León-Portilla, es el In ixtli, in yóllot[2] (El rostro, el corazón) bajo estos dos rasgos de la anatomía humana se basan los principios de la definición nahua de “persona”, dicho de otra manera: cada humano es dueño de un rostro y de un corazón; esta idea metafórica del hombre es el arquetipo de la educación puesto que los temachtiani (maestros), al compartir su conocimiento, se dice, estaban formando rostros sabios y corazones fuertes, a esta acción se le llamaba ixtlamachiliztli.

Maestro de la verdad,
no deja de amonestar.
Hace sabios los rostros ajenos,
hace a los otros tomar una cara,
los hace desarrollarla.

Les abre los oídos, los ilumina.
Es maestro de guías,
les da su camino,
de él uno depende.

Pone un espejo delante de los otros,
Los hace cuerdos y cuidadosos,
hace que en ellos aparezca una cara…

Gracias a él, la gente humaniza su querer,
y recibe una estricta enseñanza.
Hace fuertes los corazones,
confronta a la gente,
ayuda, remedia, a todos atiende.[3]

Con este fragmento del Códice Matriense, discernimos que el transmitir sabiduría a un rostro constaba en despertar un pensamiento reflexivo en las personas; por tanto, el hacer fuertes los corazones suponía  humanizar el razonamiento del individuo. Estos aspectos contrastan con nuestra idea de “educación” y satisfacen una definición que responde al entendimiento náhuatl de este concepto.

El ritual de nacimiento

El nacimiento nahua estaba cargado con simbolismos evocados a la profesión que el infante ejercía en su vida adulta, así mismo, en el ritual era prometido al telpochcalli o calmecac, sin embargo, existen discrepancias en este aspecto, pues mientras Sahagún describe que cualquier persona puede ingresar a estas escuelas (a criterio de los padres), Clavijero y Fray Bartolomé clasifican al calmecac como centro de estudios para los pipiltin y el telpochcalli para los macehualtin, no obstante esto se desarrollara a detalle en otro capítulo.

fol.57r Códice Mendoza
En el nacimiento se realizaban lavados a cargo de la partera donde se ofrecía a los niños o niñas a sus deidades y a una vida de trabajo. A la partera que asistía la concepción se le atribuía el papel de chaman, con su mano derecha tomaba agua consagrada a los dioses y la esparcía por la frente, los labios y el pecho del recién nacido, entregándolo a sus ídolos con las siguientes palabras “Recíbate el agua por ser tu madre la diosa Chalchiuhcueye. Esta ablución te libre de las machas y suciedades que traes del vientre de tu madre, te limpie el corazón y te de buena y perfecta vida.”[4] Cuando se terminaba esta invocación, la partera hacia una segunda lavatorio, esta vez, de todo el cuerpo, donde recitaba “El Dios invisible descienda sobre esta ablución y te limpie de todo pecado, suciedad y mala fortuna”[5], lo envolvía en trapos y pronunciaba las siguientes palabras:

Niño precioso: los dioses Ometecuctli y Omecíhuatl re criaron en lo más alto del cielo para enviarte al mundo; pero advierte que la vida que comienzas es triste y dolorosa y llena de trabajos y miserias, y en creciendo no comerás el pan sin el trabajo de tus manos. Dios te guarde y libre de las muchas adversidades que te esperan.[6]

 Al pasar cuatro días los padres organizaban un banquete (a medida de sus posibilidades económicas) donde el recién nacido siendo varón y el padre siendo un guerrero obsequiaba a su hijo un pequeño arco, cuatro flechas que simbolizaban el occidente, el oriente, el medio día y el norte, se le regalaba también un atuendo bélico, posteriormente, durante el amanecer se consagraba a este nuevo rostro y corazón a la guerra, solicitando a los dioses recibieran al recién nacido de esta forma:

Señor dios Sol, […] y vos, oh tierra, madre nuestra, os ofrezco esta criatura para que como vuestra la amparéis; y pues nació para la guerra, muera en ella defendiendo la causa de los dioses, para que goce en el cielo las delicias preparadas a los hombres esforzados que sacrificaron a tan buena causa su vida.[7]

Sahagún escribió que la partera tomaba las armas que habían sido regaladas al niño, se las entregaba y pedía a los dioses le dieran al infante el don de la lucha, una vida de batallas, y la muerte digna de un guerrero para que este pudiera ascender a donde descansan los guerreros fallecidos.

Aquí están los instrumentos de la milicia, con que sois servido, con que os gozáis y deleitáis; dadle el don que soléis dar a vuestros soldados, para que pueda ir a vuestra casa llena de deleites, donde descansan y se gozan los valiente soldados que mueren en la guerra, que están ya con vos alabándoos. ¿Será por ventura este pobrecito macegual uno de ellos? ¡Oh señor piadoso, haced misericordia con él![8]

Consecutivamente las armas que habían sido regaladas al niño eran enterradas en algún campo de batalla donde se suponía podría pelear algún día. Estos elementos serían símbolo del surgimiento de un nuevo guerrero. En el libro sexto de Fray Bernardino de Sahagún se encuentra una descripción similar del rito, sin embargo en vez de ser enterradas las armas que han sido obsequiadas al nuevo niño se menciona que es el cordón umbilical el que sepultaban en un campo de batalla con la esperanza de que su nombre resonara en la lucha y perdurara el paso del tiempo como un valiente guerrero. Así mismo encontramos abluciones e invocaciones que aunque con el mismo propósito se decían de distinta manera, por lo que se puede discernir que los ritos de nacimiento no eran dogmáticos en la cultura náhuatl.

El ritual no tenía grandes diferencias entre el varón y la mujer, “Si era hija la recién nacida se le aprontaba el traje propio de su sexo, un huso y algún otro instrumento de tejer.”[9] El nombre que se les otorgaba a los nuevos niños se tomaba del día que habían nacido, de algún fenómeno de la naturaleza que ocurriese en los días cercanos a su nacimiento o, en el caso de los hombres se les llamaba con nombres de animales, a las niñas con nombres de flores los cuales eran elegidos por supersticiones o por algún adivino.  



Educación doméstica

Los simbolismos bélicos del ritual de nacimiento náhuatl son sólo el comienzo de la ardua vida militar que desempeñaría el recién nacido. Durante los años que el infante no asistía a los centros de estudio eran únicamente instruidos por su padre en el paradigma náhuatl del buen comportamiento, “ […] la rectitud, lealtad familiar y respeto a los ancianos”.[10]  Acostumbraban a los niños a sufrir el hambre y el frio y a ganar su alimento con labores domésticas. Si eran irrespetuosos los amonestaban con palabras o con castigos que variaban desde dejarlo dormir fuera de casa hasta pincharle la boca o el cuerpo con espinas de maguey, todo dependía de la gravedad de su ofensa y del criterio de sus padres.
fol.70r Códice Mendoza

Al llegar a una edad competente, los padres enseñaban a sus hijos el manejo de las armas, la caza era el mejor medio al que podían recurrir para desarrollar sus habilidades. Si el padre era un militar los niños eran llevados al campo de batalla para que se acostumbraran a los ruidos de la lucha y a la sangre, con el fin de que perdiesen el miedo.


Telpochcalli

Los telpochcalli eran centros de educación destinados a los macehualtin, esta escuela estaba dedicada a la educación militar y no a la religiosa por lo que dado el enfoque de este ensayo daré preferencia a esta institución y no a la de los pipiltlin.
“Cada Calpulli tenía una plaza de reunión, la cual recibía el nombre de Tecpan, en estas plazas se encontraban localizados dichas instituciones.”,[11] Al llegar la edad de quince años los padres entregaban a los hijos al telpochcalli donde comenzaba formalmente la educación militar de los jóvenes mexicas.

El telpochcalli, al igual que el calmecac funcionaba como un internado donde los jóvenes comían y dormían, la vida en ambas instituciones era dura para los estudiantes pues se pretendía fortalecerlos ante las adversidades de una campaña militar. En el telpochcalli se le daba ropa al recién llegado “Los muchachos llevaban vestidos iguales, porque el ir bien vestidos consiste en vestirse como todos […] Cuanto llevaban era un maxtlatl o taparrabo, una especie de cinturón delgado atado a la cintura y una capa.”[12]

Fray Bartolomé explica que el telpochcalli era atendido por el telpuchtlato que como veterano militar ejercía el papel de pedagogo, “Los viejos tenían también a su cuidado la escuela […]”.[13] La educación en esta institución comenzaba después de que los jóvenes hubiesen comido, se alimentaban con poca comida y tortillas duras,[14] entonces los pasantes eran instruidos en el manejo de la panoplia mexica y la captura de prisioneros. Después de recibir  las lecciones sobre las armas y haber practicado con ellas se sentaban en un petate para escuchar a un anciano contarles la historia de su pueblo y de los toltecas.

Sahagún relata que cuando los jóvenes del telpochcalli llegaban a una edad adecuada se les llevaba a lo alto de los montes a recolectar pesados leños para alimentar el fuego de la casa, si mostraban fortaleza al cargarlos se consideraba que ya eran aptos para la batalla.

[…] llevábanle y cargábanle las rodelas, para que las llevase a cuestas; y si estaba ya bien criado, y sabía las buenas costumbres y ejercicios a que estaba obligado, elegíanle para maestro de los mancebos, que se llama tiachauh; y si era ya hombre valiente y diestro, elegíanle para regir a todos los mancebos y para castigarlos, y entonces se llamaba telpochtlato; y si ya era hombre valiente, y si en la guerra había cautivado cuatro enemigos, elegíanle y nombrábanle tlacatécatl, o tlacochcálcatl, o quauhtlato, los cuales regían y gobernaban el pueblo. O elegíanle por achcauhtli, que era como ahora alguacil, y tenía vara gorda y prendía a los delincuentes y los ponía en la cárcel.[15]

Teóricamente como ha dejado testimonio Sahagún, los hijos de los macehualtin podían ascender en la jerarquía mexica hasta el rango de tlacatécatl (capitán o jefe de lanzas) es decir, un caudillo militar. Desde los ritos de nacimiento cargados de simbolismo bélico, hasta las enseñanzas del padre y finalmente las del telpochcalli, la vida de un nuevo rostro y corazón estaba orientada a la guerra, las abluciones que la partera recitaba en su nacimiento lo consagraban a una vida de lucha y de ser así, a la muerte en batalla. La dura educación guerrera de los mexicas formó a los grandes militares que alguna vez fueron el puño de hierro del imperio.


fol.62r Códice Mendoza


Luis Armando D. Alarcón
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[1] Francisco Javier Clavijero, Historia Antigua de México (México: Porrúa, 2014),145.
[2] Miguel León-Portilla, Toltecáyotl Aspectos de la cultura náhuatl (México: FCE, 2014),192.
[3] Bernardino de Sahagún, Códice Matriense de la Real Academia, edición del Paso y Troncoso, vol. VIII, fol. 118, recto, citado en Miguel León-Portilla, Toltecayotl (México: FCE, 2014), 193-194.
[4] Clavijero, Historia Antigua de México, 272.
[5] Clavijero, Historia Antigua de México, 272.
[6] Clavijero, Historia Antigua de México, 272.
[7] Clavijero, Historia Antigua de México, 273.
[8] Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, (México: Porrúa, 2013), 381.
[9] Clavijero, Historia Antigua de México, 273.
[10] Miguel León-Portilla & Librado Silva Galeana, Huehuetlahtolli – Testimonios de la antigua palabra (México: FCE, 1991), 49-86.
[11] Víctor W. Von Hagen, Los Aztecas (México: Joaquín Martínez, 1980), 92.
[12] Von Hagen, Los Aztecas, 13.
[13] Von Hagen, Los Aztecas, 14.
[14] Bartolomé de las Casas, Los indios de México y Nueva España (México: Porrúa, 1996), 209.
[15] Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, 202 - 203

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